TERRA.- Su nuevo libro, ‘Santos y pecadores’, es una Historia de España muy peculiar. ¿Cómo surgió este álbum de recuerdos?
JUAN ESLAVA GALÁN.- Ésta es una idea bastante antigua para lo que suelen ser las ideas de los libros. Hace treinta años encontré en la calle un baúl que habían bajado a la basura. Miré en el interior por curiosidad y encontré una papelina de papel de seda con una tarjeta que ponía «primeros cabellos de la niña Inés –creo que se llamaba-, 1903» y había también unos pelitos que casi se deshacían en las manos. Y entonces me di cuenta -como le ocurre a todos los novelistas- de que hay un montón de vidas que se van perdiendo por el desaguadero de la historia y que no dejan ningún recuerdo o, a veces, un recuerdo mínimo, como ése. Pensé «esta señora –que entonces era una niña recién nacida- ya estará muy viejecita o habrá muerto. Y dónde estarán aquellos padres que le cortaron el pelito con tanta ilusión».
Desde entonces colecciono recuerdos ajenos -tengo más recuerdos ajenos que propios-, compro en los mercadillos postales, cartas de amor, fotografías. Con todo eso y con revistas, anuncios antiguos, estampas religiosas… he hecho este collage, que viene a ser el álbum de los españoles del siglo XX. Y en ese álbum se ven estampas religiosas y la evolución de cómo nos han ido convenciendo de cómo ganar el cielo, postales de amor y cómo ha ido evolucionando nuestra sentimentalidad, desde una carta de Franco a una novia que quería tener hasta las últimas postales de amor especialmente horteras y kitsch. He ido contando la historia de los españoles, más bien la intrahistoria, como decía Unamuno, no la solemne sino que, sin renunciar a eso, he contado la historia de la gente común.
Es un libro que está hecho con sentido del humor –que es la marca de la casa-, pero también hay una gran dosis de amargura, como no podía ser menos, ya que se habla del siglo XX en España, que ha sido un siglo con muchos cambios y muchos aconteceres negativos.
T.- ¿Qué material que ha utilizado para el libro le ha costado más trabajo conseguir?
J.E.G.- Hay algún material que era realmente difícil de conseguir pero tengo amistad con otros coleccionistas que poseen auténticas joyas y que generosamente me han prestado. Por ejemplo, el atestado que un guardia civil de pueblo levanta en el año 1954 cuando estaba muy penado por las leyes españolas el adulterio. Este señor levanta un atestado de unos adúlteros a los que ha sorprendido con las manos en la masa y tiene que explicar cómo pasó (los sorprendió en pleno acto), cómo iban vestidos (o desvestidos), etc. Muchas de estas cosas se reproducen en ‘Santos y pecadores’ en facsímil y luego llevan una transcripción para que se vea que todo esto es cierto.
Hay otro, también de un Guardia Civil, que le pide a otro al que ha hecho un favor, en el año 51, que le regale alguna cosa al sargento tal de tal sitio, aunque sea sólo bellotas; o sea, que la situación de hambre es tan espantosa que incluso un puñado de bellotas se agradece. Testimonios así, de ese tipo.
T.- ¿Ha sido difícil seleccionar lo que al final ha salido publicado?
J.E.G.- Ése ha sido el peor trabajo. Yo he querido componer cada página como si fuese un todo para que los testimonios que aparecen, las cartas, los cromos tuviesen una relación entre ellos, sobre todo, una relación conflictiva -tragedia junto a la comedia…- para que resaltara.
Tenía abundancia de material y todo me parecía importante. Al final he renunciado a mucho y he puesto lo esencial, por eso cada postal, cada anuncio es una obra de arte, porque está seleccionado de entre otros muchos.
T.- ¿Resulta complicado contar lo que ha ocurrido en el país en los últimos cien años basándose en historias personales y sin perder rigor histórico?
J.E.G.- Yo soy historiador, pero no quería hacer una Historia de España al uso –ya hay muchas-, sino que esos grandes acontecimientos, como son la Guerra de África, la II República, la Dictadura de Primo de Rivera, los años del Franquismo, la Guerra Civil, la Transición, el destape… fueran capítulos del libro pero que el cañamazo histórico fuera el mínimo para que resaltara la gente que vivía, sufría o gozaba esos hechos. Además, yo quería hacer un libro que enseñara todo eso y que, a la vez, fuera humorístico. La gente que lo ha leído me ha dicho que lo he conseguido, y estoy muy contento porque no siempre uno consigue lo que se propone.
T.- Aquí –según ha señalado- muestra su descontento con la Historia de España. ¿Ha sido el humor su principal baza?
J.E.G.- Claro, además no hay otra forma de hacerlo. Cuando se quiere ser medianamente consecuente y se quieren denunciar ciertas cosas, si uno no lo hace con sarcasmo, con esa ironía cruel -que por otra parte se presta también al humor negro que solemos tener los españoles-, hubiese salido otra cosa, una historia triste y amarga, con un rictus. Como decía mi amigo Arturo Pérez-Reverte en la presentación: «En cada foto y en cada testimonio, uno se ríe, lo que pasa es que muchas veces a uno se le hiela esa sonrisa». Bueno, pues de eso se trataba.
T.- ¿Y con qué institución, personaje o hecho le ha costado menos ser crítico?
J.E.G.- Yo he intentado ser justo, no casarme con nadie. Algunos lectores señalan que sale bastante mal parada alguna institución, como la Monarquía. Pero a los hechos me remito. Me he ceñido a cómo se ha comportado y cómo ha sido la Monarquía en el siglo XX. Un ejemplo: mientras que en tres o cuatro días están muriendo diez mil soldados españoles en Annual, torturados por los moros después de rendirse, en Valencia están rodando –al mismo tiempo- películas porno para uso personal de ese rey que ha provocado el desastre en África, para Alfonso XIII. Entonces, lo que hago es coger estas dos verdades incuestionables y pongo las fotos, tanto las de los soldados españoles desnudos y castrados por los moros, como de escenas de esa película porno, en la misma página. Después, que el lector saque sus conclusiones.
T.- ¿Esos «santos» y «pecadores» (que se refieren a la Derecha y la Izquierda) serían los dos términos que mejor definirían a los españoles del siglo XX?
J.E.G.- Es un modo humorístico de definirlo. Además, cada uno cree que ellos son los santos –también los de izquierdas-, que los pecadores son los otros. Yo lo que no he querido ha sido decantarme por ninguno. A las pruebas me remito. Lo que he hecho ha sido presentar las estampas religiosas de derechas pero también demuestro que la izquierda también tenía sus «estampas religiosas», por ejemplo Durruti, que no lo hacían santo pero en cualquier caso como si lo hicieran, la República… Es decir, es un modo de contrastar estos dos pareceres de una España que ha estado desencontrándose durante los dos últimos siglos –el XIX y el XX- y que ahora parece que ha encontrado un terreno común para el entendimiento, a pesar de que seguimos polarizados en Izquierda y Derecha –como no puede ser de otro modo en un régimen democrático-. Pero ya hay un respeto común, que es lo que no hemos tenido antes.
T.- ¿Con qué «recuerdo» del libro se quedaría?
J.E.G.- Hay una estampa de una chica que se ve frescachona, guapetona –del año 51 creo recordar-, de la que yo reproduzco la fotografía que ella envió a un novio poniéndole una dedicatoria muy cariñosa. Después, por la parte trasera de la foto, está lo que escribe el novio cuando han roto. Le dice algo así como: «Todo lo que decías, que me querías, es mentira. ¡Embustera! –estoy citando de memoria-. No le des esta foto a otro hombre». Y luego encontramos otra foto de la misma chica, de 1961, en la que aparece en una terraza horrible, echada en el suelo para estar sexy, con un bikini -recatado pero bikini-, lo que para la época ya es un avance.
La historia es que la chica dejó al novio anterior para irse con un estraperlista, que eran los nuevos ricos de entonces, y él le trae de Gibraltar uno de los primeros bikinis que hubo en España. Entonces, de algún modo, una historia personal está trabándose con la historia del país, de las costumbres y la moralidad de la época.
T.- Y aunque ‘Santos y pecadores’ ya esté en la calle, ¿sigue coleccionando estas cosillas?
J.E.G.-Al menos una vez a la semana sigo acudiendo a los mercadillos de muchas ciudades para adquirir este tipo de cosas. Los coleccionistas somos un poco obsesivos. A a mí no me gustan ni los toros, ni el fútbol, ni todo eso y quizás mi obsesión sea coleccionar vidas ajenas, que es una obsesión –además- muy propia de un novelista.