Al llegar al cruce de Padul, Granada, el viajero, nocturno y agotado, decide pernoctar en un hostal del carretera. Penetra en el local lleno de humo y vociferantes parroquianos y solicita habitación. El ventero calibra con ojo perito el cansancio y la pinta incauta del viajero y advierte: “Está en seis mil pesetas.” (“Está”, ese verbo dinámico de los tratantes y chamarileros).
La habitación, al fondo de un estrecho y desnudo pasillo, tras ascender una escalera pina y fea, es un cuartucho lóbrego, mal iluminado con una lámpara de pocos vatios que pende del techo. No hay lámpara en la mesita de noche, ni comodilla en el armario (donde la manta supletoria descansa sobre el suelo polvoriento). Hace frío. El viajero comprueba que el radiador de la calefacción está helado. La ducha carece de cortina y la única y mortecina luz está instalada en la pared opuesta al lavabo de manera que proyecta sobre el espejo la sombra del usuario.
A la mañana siguiente, maldormido y malhumorado, el viajero se dispone a partir y reclama su DNI. y la ficha de inscripción. El ventero se sorprende: “¿La ficha?” “Sí, señor, ya sabe usted que es obligatoria. Si no, ¿para qué me confiscó usted el DNI?” A regañadientes, el ventero rellena la ficha. El viajero la firma y solicita la lista oficial con el precio de las habitaciones. El ventero registra, bufando, dos o tres cajones de papeles desordenados pero, naturalmente, no encuentra lista alguna. Se encara con el viajero. “Págueme usted las seis mil pesetas y rellene, si quiere, una hoja de reclamaciones”. “No, señor, si no hay lista de precios, no pago. Haga el favor de llamar a la Guardia Civil para que arreglemos el asunto”.
A la mención de la Benemérita el ventero se achanta y decide que el viajero marche sin pagar prometiendo que le enviará por correo una fotocopia de la lista de precios, cuando la encuentre.
El viajero reemprende el viaje y se le viene a la memoria el ventero del Quijote, “no menos ladrón que Caco”, o el poemilla del Diccionario de Autoridades. “La comida de la venta/ como siempre puerca y cara/ porque el ventero era caco/ y la ventera era caca.”
El viajero, que ama mucho a su tierra, piensa en la urgente necesidad de meter en cintura a los venteros ladrones.