Viene en los papeles estos días Esteban Sánchez, el santón de Baza, un chico de dieciocho años que cura diversas dolencias por imposición de manos y va de discotecas cuando se tercia. Otros enfermos y devotos acuden a Carlos Jesús, el santo de Dos Hermanas, popularizado (y ridiculizado) por la televisión; otros a las santonas de Lepe, de Alcalá la Real, de Vélez-Málaga, de los Villares, de Valdepeñas de Jaén, o de Gibraleón. Los que, sin ser antropólogos doctorandos, estamos algo interesados en el tema, conocemos, al menos, cincuenta santones y curanderos en ejercicio, esto sin traspasar las lindes de la comunidad andaluza. Fuera existen muchos más, particularmente en Levante y en Galicia.
Santos y curanderos (o ensalmadores, saludadores, santiguadores, etc.) representan la pervivencia de cultos precristianos que han logrado mantenerse durante dos milenios y pico asociándose a las religiones o a las creencias de la clase dominante. El fenómeno no es exclusivamente ibérico: se da en toda la Europa romanizada y cristianizada, con las naturales variaciones regionales, e incluso en todo el mundo.
Aquella religión era naturista, creía firmemente en la existencia de lugares santos, los santuarios, en los que la energía de la tierra se comunicaba a los creyentes con especial vigor, y creía también en el poder de sanar otorgado a ciertos individuos, lo que los actuales curanderos denominan la gracia. Por lo general esta gracia se transmite de maestro a discípulo, siguiendo una especie de aurea catena (por cierto que la monarquía, institución de origen divino como sabemos, tiene el mismo fundamento). El curandero andaluz más famoso de este siglo fue el Santo Custodio, que había heredado sus poderes de Luisico Aceituno. La tumba del Santo Custodio, en el cementerio de Noalejo (Jaén), es lugar de peregrinación adonde acuden sus devotos en busca del milagro. La gracia pasó al Santo Manuel, uno de cuyos herederos espirituales es Manuel Miranda, el famoso curandero de Alcorcón, que antes de ser santo fue camarero, agricultor, delineante, panadero, pintor y hasta cantante. No se me rían: san Pedro, el primer Papa, fue pescador.