Un tipo rubio y jovial se me acercó y me dijo: “Me ha gustado su disertación sobre el fracaso de los americanos en la guerra de Afganistán”. No suelo hablar con extraños, menos aún si tienen pinta de pertenecer a la CIA, pero la situación parecía demandarlo.
-Ustedes mucha bomba inteligente y mucho cuento –ironicé-, pero el Bin Laden se les ha escapado.
Sonrió como perdonándome la vida. Quizá me la estaba perdonando, ahora que lo pienso. Bebió un sorbito del vaso de agua mineral que tenía en la mano.
-¿Cree usted que si le echamos el guante a Bin Laden vamos a decirlo? Imagínese. Bin Laden en una prisión de Estados Unidos esperando juicio: jurado, interrogatorios y todo eso. En menos de un año no se despacha el juicio. Y, mientras tanto, Amnistía Internacional, la Cruz Roja y los de Derechos Humanos dando la tabarra. ¿Se lo imagina? Y veinte o treinta organizaciones terroristas islámicas secuestrando ciudadanos occidentales en todo el mundo y presionando sobre la opinión pública. Hoy matan a un rehén, mañana a otro, pasado a media docena y así sucesivamente. Reportajes de las familias angustiadas, presiones de los gobiernos, protestas en las universidades… un panorama chungo, ¿verdad? Imagínese, por el contrario, que capturamos a Bin Laden y lo mantenemos en secreto. Lo interrogamos, le lavamos el cerebro, le damos de hostias… lo que usted quiera imaginar. Sin que nadie lo estorbe. Y cuando ya no tenga nada más que decir, matarile al morito.¿Qué es lo que hemos perdido al escoger la opción secreta?
-Bueno. No le han dado al noble pueblo americano esa gratificante sensación de venganza de ver a Bin Laden primero entre rejas, luego juzgado y finalmente ejecutado.
-Exacto. Por eso, si decidíamos no encontrar oficialmente a Bin Laden había que compensar a la gente sencilla sedienta de venganza con un show alternativo. ¿Comprende ahora lo de Guantánamo? Los terroristas rapados y encadenados y todo eso es el consuelo calculado para el votante americano, el noble y sencillo pueblo que sigue jodido con lo de las Torres Gemelas.
Alcancé un conciliador canapé de beicón y dátil cuando me volví el rubio era ido. Lástima, porque iba a preguntarle a cuánto se compra un juez, a él que parece tan enterado.