-¿Qué te parece? –me preguntó mi amigo, en la fiesta de la Primera Comunión de su hija-¿Está quedando bien?
-Superior –le dije mientras engullía otra loncha de jamón húngaro.
-¿Sabes? A veces me reprocho haber fracasado como educador.
Comprendì que necesitaba sincerarse conmigo, así que me apoderé de una cazuela de pescuezo de avestruz (que figuraba como rabo de toro en el menú) y tomándolo del brazo lo lleve a una mesa apartada. Tomamos asiento.
-Yo eduqué a mi hijita en los ideales de la libertad y la razón –comenzó-. Me preocupé de darle una educación laica y ahora, de pronto, me sale con que quiere hacer la Primera Comunión. No sé en qué he fallado: mírala ahí, tan feliz.
-Es que está seducida por el misterio salvífico de la Eucaristía-sugerí.
-¿Tú también crees que un circulito de oblea hecho con harina y agua se transforma mágicamente, cuando el sacerdote hace unos gestos y recita un conjuro, en carne y sangre de un Dios que se hizo hombre hace dos mil años para morir torturado a fin de redimir un pecado que la Humanidad arrastraba desde el Australopitecus Erectus?
-¡Hombre, si lo pones así…! –dije echándome a la boca un par de semillas de melocotón con aspecto de almendras.
-La eduqué para que razonara y ahora, de la noche a la mañana, vende su alma a cambio de un disfraz de novia y de una lista de regalos –se lamentó.
-Lo que te pasa es que sigues siendo progre irredento–le dije mientras pelaba un langostino sudafricano ultracongelado-.El mundo ha cambiado: el Comunismo cayó; el imperialismo malo se llama ahora globalización; la izquierda y la derecha se disputan el centro; las novias que se conformaban con una buhardilla amueblada con tres cojines y un poster del Ché, solo piensan en operarse los pechos, darse rayos uva y alicatar la cocina cada tres años.
-Y en estrenar modelitos con el pretexto de las bodas y las comuniones –añadió resignado. En esto llegó la tarta, sintética, de cinco pisos, rematada por una hostia de plástico. Creo que hice bien en ocultarle que he roto del carnet del Partido y ahora pertenezco a la Iglesia Consumista de los Primeros Días. Uno tiene que creer en algo.